28 marzo 2024

Lo que la prensa nos contó....(54). EL CORREO ELÉCTRICO. UN INVENTO ESPAÑOL QUE NO LLEGÓ A FRAGUAR

 

Lo que la prensa nos contó… (54)

EL CORREO “CASI” INSTANTÁNEO YA EN 1900

Por José Ivars Ivars
Divulgador e Investigador Filatélico
©Ifac Filatélico

 

Detalle de la noticia publicada por
El Cronista de Correos en la fecha del
25.03.1900
Podemos pensar que la idea de contar con una forma de comunicarnos instantánea es cosa del presente – y del futuro mucho más -, pero la prensa en ocasiones nos hace ver que ese anhelo de rapidez, de instantaneidad en las comunicaciones, no son cosa de ahora, sino que a principios del Siglo XX, cuando el año 1900 despuntaba, ya hubo algún que otro intento por llevar a cabo esa, “utopía” de que un correo pudiera llegar de un punto a otro casi de manera inmediata, y no estamos hablando del telégrafo precisamente.

Ni tampoco estamos hablando de inventos que se dieron a conocer en terceros países, a veces más adelantados tecnológicamente que España. Estamos en Madrid y corría el mes de marzo del recientemente iniciado Siglo XX. La noticia viene reflejada en la revista “El Cronista de Correos” de fecha 25 de marzo de 1900, y hace referencia a lo publicado por un diario de la época, sin mencionar cual. La noticia debió sorprender a propios y a extraños, y más en aquella época. Venía a explicarse en estos términos: “…no hace muchos días, y en un sitio de Madrid, se han realizado las experiencias privadas de un invento llamado sin duda a naturalizarse en otros tiempos, en que la economía y la rapidez en todo, y singularmente en los medios de comunicación, se tiene en tan grande  como justo aprecio…”.

Toda una declaración de intenciones y de una visión futurista que asusta. El inventor de tan prometedora iniciativa llamará al sistema “Correo eléctrico”, y por lo leído, la prueba se llevo a cabo y con público experto en estos campos de la electricidad, electrónica y las comunicaciones. No da muchos detalles del invento en sí, ni podemos asegurar que llegó a funcionar, al menos no como se describe. Pero el hecho de las pruebas realizadas están más que cotejadas, dado que fue casi la totalidad de la prensa española la que cubrió la noticia, eso sí, en toda ella se omite en todo momento el nombre del inventor español autor de esta maravilla del progreso.

D. Ramón Gabarró Julién

Aunque he dicho que no se trata del telégrafo como tal, sí que es verdad que para llevar a cabo esta obra maestra de la rapidez en la conducción de la correspondencia, se usaron los postes telegráficos de ese punto concreto cercano a Madrid. Para llevar a cabo las pruebas, se usó un tramo de 750 metros de telégrafos sobre el que se vio un aparato que “… llevaba una velocidad incalculable…”. Según palabras del anónimo inventor, el nuevo invento podría perfectamente alcanzar la velocidad de 320 km/h., y conducir “…con las mayores garantías hasta 1.000 pliegos de una vez…”, aventajando incluso a los telegramas. ¡Casi casi como un correo electrónico de los de hoy!

Pero si repasamos las hemerotecas, vemos que este invento, ya fue un anhelo del ser humano, de mucho tiempo antes. El Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, de fecha 17 de junio de 1882, lleva en su interior un amplio artículo firmado por D. F. Guillam, D. F. Ontañón y D. F. Costa, titulado “Correo eléctrico”, donde se dan detalles de un sistema que Siemens estudia poner en práctica, consistente en unos raíles sobre los que circularían una especie de cajas ó vagones diminutos, en el que se introduce la correspondencia, y por medio de una corriente eléctrica dinámica, hacer que la correspondencia viaje a velocidad no vista ni imaginada en la época.

Este sistema parece que fue ensayado en Estados Unidos, con una línea entre Nueva York y Brooklyn (sic), según da cuenta el periódico La Lealtad Navarra  (Diario carlista) de fecha 14 de julio de 1893. Según este rotativo, se trata de unos pequeños vagones de unos 20 centímetros de longitud, y que pueden transportar 3000 cartas.  

Y este invento como vemos no fue cosa hispano-americana. También los franceses apostaron por la idea probada en Madrid. Según el periódico La Correspondencia Alicantina de 12 de agosto de 1900, los franceses junto a los belgas, iban a ponerse a hacer prácticas con el próspero Correo eléctrico. Lo bueno de esta noticia, en forma jocosa, dando a entender que nada como los inventos españoles, es que este periódico alicantino, da nombre y apellido al anónimo inventor español, e intuyo que aquel aparato Made in Spain, fue obra del ingeniero electricista español D. Ramón Gabarró Julién, que por la fecha en la que se dice que hizo las pruebas, el 25 de abril de 1900, debe tratarse del mismo sujeto.
Detalle del coche eléctrico fabricado por Ramón Gabarró Julién para la propia Reina
Dña. Victoria Eugenia de Habsburgo

De Gabarro Julién se dice que fue un prodigio de inventor para su época. En 1896 en Londres, ya había construido un vehículo automóvil eléctrico por encargo de la propia Reina consorte, Dña. Victoria Eugenia de Habsburgo, y muchos otros utensilios basados en la electricidad – pila seca, etc. -. Este catalán de Manresa, en realidad inició las pruebas de su Correo eléctrico en el verano de 1899, y el lugar exacto donde tuvieron lugar las pruebas, fue una amplia finca del madrileño barrio de Prosperidad, que por entonces no sería más que un suburbio en el extrarradio de Madrid, casi al límite de Chamartín de la Rosa, antiguo municipio anexionado a Madrid en 1948.

Una de las pocas imágenes que se conocen del invento del manresano Ramón Gabarró
al que llamó Correo eléctrico

Las pruebas se llevaron a cabo hasta febrero de 1900, y fue el 25 de abril cuando Ramón Gabarró Julién,  solicitaría a Eduardo Dato, por entonces Ministro de la Gobernación,  la creación de la Junta Técnica correspondiente para estudiar y probar su invento, aprovechando el tendido telegráfico entre Madrid y Aranjuez (El Heraldo de Henares. 11.03.2018).

Al final aquel invento no dio el resultado esperado pero al menos, nuevamente la prensa, nos muestra como fue ese invento que iba a llevar el correo a una velocidad incalculable para principios del Siglo XX.

 

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