Apuntes Filatélicos
LOS
CARTEROS “RURALES” EN LA COMARCA
Por José Ivars Ivars
Académico de la RAHFeHP
©Ifac Filatélico
Por la naturaleza propia de esta comarca, su geografía abrupta y las
malas comunicaciones de las que desde antaño nos hemos quejado los que han – y
habitamos -, esta comarca de La Marina, el papel de los peatones-conductores de
la correspondencia, ha sido primordial durante muchísimo tiempo para que la
incomunicación no fuese la tónica predominante entre la población de
poblaciones, por la que habitualmente no pasaba el correo en su línea
Alicante-Dénia, o la que llegaba desde Valencia.
Aunque de ellos hemos hablado en numerosas ocasiones, no es un tema
exclusivo de esta zona. Estos carteros fueron los artífices de que aquella
España “vaciada” de casi todo el Siglo XIX y gran parte del XX, contase con su
correspondencia, de ida y venida, y lo que para el comercio y su gente suponía.
Y cuantas publicaciones ojeemos sobre ellos, en todas encontraremos que los
diferencias de los carteros, que en grandes poblaciones y ciudades, se
encargaron de repartir la correspondencia casa a casa, domicilio a domicilio,
cuando la entrega se hacía así.
Una de las principales características que estos
peatones-conductores de la correspondencia tenían, es que era personal
eventual, la mayoría de las veces sus honorarios a cargo del consistorio
correspondiente, o en esta comarca, a las ordenes de aquellos caciques que
ostentaban el poder, por lo que, cuando el poder cambiaba de manos, se solía
cambiar a estos “carteros rurales”. La revista “El Cronista de Correos”
de fecha 15 de junio de 1900, dice al respecto que “…es peatón en España todo el que
quiere serlo o cuenta con la protección del cacique…”. ¡Más claro
imposible! No tenemos que confundir a estos “carteros-rurales” con los
conductores de la correspondencia que hacían el trayecto de Alicante a Dénia o
de Valencia a Dénia, bien en carruaje o bien a caballo, según las condiciones
expuestas por el ente postal Correos.
Debían de ser personas fuertes dado que hacían todo el trayecto
designado, que en ocasiones no era un trazado corto y cómodo, a pie. Quién
tuviera caballería – caballo o asno -, podía usarlo para ello, pero no era lo
habitual.
Al menos no contemplaba una mejoría en los sueldos que percibían, que dicho sea
de paso, no daba para mucho. Con el avance de los años, incluso las primeras
bicicletas sirvieron para hacer el trayecto más cómodo. Gabriel Blazquez,
recibió del Ayuntamiento de Calpe, “…como encargado de la conducción de la
correspondencia oficial y pública (…) hasta Dénia…”, la cantidad de 100
Reales de Vellón, en 1837.
En la comarca este no será la única noticia que sobre estos
“peatones” encontraremos. Son muchos de los que conocemos sus nombres y
apellidos, e incluso el recorrido que les fue asignado. Pero también son muchos
los cambios, ceses y nombramientos que nos han llegado. En 1875, José Agulló Ferrer cesó como peatón de
la conducción de Dénia a Alcalalí por Pedreguer, sustituyéndolo para el cargo, Antonio Vives Tomás, que estaría al
frente de la misma hasta su cese en 1881, para la que es nombrado un nuevo
peatón: Juan Bta. Riera Güal, extendiéndose la misma hasta Xaló y Lliber.
Son muchos los casos en los que el nombramiento de alguno de estos
“peatones”, dura poco, al salirles seguramente un trabajo mejor remunerado. O
simplemente cuando se presentaron al acto de adquisición de la conducción, se
comprobó que no sabían leer y escribir, requisitos imprescindibles para el
cargo.
E incluso simplemente no se presentaron, como ocurrió en 1886 cuando
la Dirección General de Correos tuvo que dejar sin efecto, “…por no presentarse…”,
los nombramientos de los peatones-conductores de, Pego a Vall d´Ebo, Vall
d´Alcalá y Beniaga, José Bañuls; de
Pego a Murla, José García; de Pego a
Sagra, Forna y Parcent, Francisco Sala
y la de Tomás Alberola y Vallés, que
debía ocuparse de la conducción de Gata
a “Jábea·” (sic).
Como vestimenta aquella que según la época del año, le pudiera
resguardar de las inclemencias del tiempo, en invierno el frio y la lluvia, y
en verano el abrasador sol. Una cartera era imprescindible, y como había que
poder defenderse de maleantes que los aguardaban por los quebrados y solitarios
caminos, algunos llevaban consigo también un buen garrote, ya que armas, no
estaban autorizados a llevar.
La cartera – o valija -, se les solía facilitar, y generalmente era
de piel. Estas carteras tenían su correspondiente llave, que además del propio
cartero, tenían copia de ella tanto el Administrador Jefe de la provincia, e
incluso algunos alcaldes. Se da el caso de conservarse una nota – especie de
factura -, fechada en Valencia el 27 de julio de 1897, por la que se abona por
2 carteras que se han hecho “…para la conducción de la correspondencia
de Calpe…”, abonándose el importe de 180 Reales de Vellón.
¿Y qué solían llevar estos “peatones” en sus carteras? Todo aquello
que el correo admitiese. Estas valijas que debían estar cerradas y de las que
sería responsable en todo momento, el propio cartero-peatón, podían llevar,
tanto cartas, impresos, pliegos, etc., como periódicos, encargándose no solo de
entregar el correo a su paso por aldeas, caseríos, casas de labranza, etc.,
sino que recogerían aquellas cartas que se quisieran cursar.
El confiar el secreto de la correspondencia a alguien que la va a
transportar por ti, es algo que dotaba a los carteros de una fiabilidad no
vista en ningún otro tipo de trabajo. Debieron ser aquellos hombres – y alguna
mujer que otra -, gente de muy hacer y estar, aunque el estar controlados por
los señores caciques de cada zona, hacía que fueran muchas las quejas por
cartas que se extraviaban, periódicos de un tipo u otro que no llegaban a los
suscriptores, y muchas tropelías que no gustaban a todos por igual.
Muchas fueron la voces que se alzaron para que a principios ya del
Siglo XX, una reforma oportuna y necesaria, diera a estos carteros rurales, un
estatus bien merecido. Los grandes países europeos, invertían más que España en
modernizar el sistema postal, y ello era señal de progreso. España seguía en
1900, embarrancado en un pasado que no le dejaba prosperar y avanzar.