Apuntes Filatélicos
CARTAS
JEROGLÍFICAS
Por José Ivars Ivars
Académico de la RAHFeHP
©Ifac Filatélico
El mundo del correo y su vertiente coleccionable, es a
veces como mínimo sorprendente. El arte de la escritura epistolar, tanto en lo
que se refiere a la escritura de cartas como a la decoración de los mismos
sobres que contenían esas cartas, es digno de estudio. Si alguna vez estáis por
Madrid y tenéis ocasión de visitar el Museo Postal, podréis admirar muchas de
esas cartas –sobre incluido- que han pasado a la historia como verdaderas joyas
de museo. Son cerca de algo más de un centenar de piezas que sorprenden al
visitante, por su peculiar forma de escribir la dirección.
La carta es tan antigua como lo es la humanidad, si
entendemos como tal a aquellos que aprendieron a comunicarse a través de la
escritura. Desde aquellas primitivas tablillas, pasando por los pergaminos y
posteriormente la invención del papel, la correspondencia se ha escrito en un
sinfín de materiales y soportes, hasta llegar actualmente a esa correspondencia
virtual que es practicada por todo el mundo.
Y dentro de estas cartas, el coleccionista, ese ser
curioso por naturaleza anhela siempre encontrar lo diferente, lo especial, tal
vez lo único, encuentra piezas dignas de mención, de estudio y conservación. De
entre estas cartas que conllevan una atención especial, están las “Cartas Jeroglíficas”, que son como su
nombre bien nos indican, cartas en las que la dirección no estaba escriba de
manera convencional, sino utilizando símbolos y dibujos a semejanza de un
acertijo que llevaba de cabeza al cartero de turno que debía averiguar dónde
tenía que entregar la dicha carta.
Proliferaron durante gran parte de la 2ª mitad del
Siglo XX –incluso en las primeras décadas del XX-, y se pusieron de moda entre
la sociedad. Es fácil encontrar ejemplares de esta curiosas y simpáticas
cartas, que no teniendo un valor añadido filatélicamente hablando, no dejan de
tener su peculiar valor al ser cartas que incluso circularon a pesar de no
cumplir con los reglamentos establecidos al respecto, por la Dirección General
de Correos. Se suele decir que cada vez que llegaba una de estas, Correos se lo
tomaba a bien, y solía existir un “comité de sabios” que de la mejor forma
posible, trataban de descifrar el jeroglífico para que la carta llegase sin
demora.
En ocasiones, estas cartas no eran fruto de un juego
establecido por el remitente. Simplemente el remitente no recordaba o
desconocía la dirección a donde quería enviar la misiva, y optaba por este
proceder de escribir la dirección mediante símbolos y dibujos, o poniendo un
plano de la dirección tal y como la recordaba. La cuestión era que la carta
llegase, sí o sí.
Por citar algunos ejemplos de cartas de este tipo, mencionar que en cierta ocasión una carta dirigida a San Sebastián, en vez de el nombre de la ciudad, el remitente se permitió dibujar al Santo, atado a un árbol y cubierto de flechas, como lo representa la Iglesia. O una carta dirigida a Murcia, en la que sin poner las señas del destinatario, se dibujó en el sobre, su retrato, llegando la carta a destino.
Una de estas cartas que se conocen, es de la época de
la II República. Lleva en el sobre la reproducción exacta del edificio donde
vive el destinatario, Alfonso Vadillo, señalando con exactitud la ventana de la
vivienda del Sr. Vadillo, y el escudo de una ciudad con la leyenda “Caput
Castelle Camara Regina Prima Voce et Fide”, que corresponde a la ciudad de
Burgos. Sin duda la carta debió llegar.
A Correos, todas estas cartas le sirvieron en su
momento para lanzar un juego “on line”, en el que mostrando cada una de las que
forman parte de la colección (que se puede visitar), dejaban a los usuarios y
visitantes de su web corporativa, a que abriesen su mente y dieran con la
respuesta correcta. Fueron muchas las respuestas acertadas.
La escritura jeroglífica ya llevó de cabeza a aquellos
historiadores que pretendieron darle sentido a lo que los egipcios habían
dejado como testigo de su vida cotidiana. El egiptólogo francés Champollion, dio con la clave en 1799,
pero seguramente nunca pudo imaginar que 100 años después, los carteros tendrían
que tirar de imaginación para descifrar la correspondencia.
Muchas de estas cartas por razones obvias, se
extraviaban. Correos que fue permisivo al respecto, las prohibió a partir de
1960. No sé bien, que pasaría si hoy, alguien de nosotros aficionado a los
jeroglíficos, mandásemos una de esta. ¿Llegaría a su destino? ¿Hacemos la
prueba?
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