Lo que la prensa nos contó… (29)
EL
REGATEO AL CARTERO
Por José Ivars Ivars
Académico de la RAHFeHP
©Ifac Filatélico
¿Cómo andamos de imaginación? ¿Mal? ¿Regular? ¿Bien?...
¿Os habéis preguntado alguna vez, que hubiera pasado si el mayor invento de la
humanidad, el sello postal o el pago previo por el envío de la correspondencia,
en vez de ser invento inglés, hubiese sido español? Esto es mucho imaginar.
Aunque, todos sabemos que detrás de ese pago previo
para el envío de la correspondencia, existe una leyenda, que seguramente si los
protagonistas de la misma, hubiesen sido de nacionalidad española, la leyenda
hoy la contaríamos de forma diferente. La posadera o dueña de la taberna donde
recaló Sir Rowland Hill, sabemos que rechazó la carta que le llevó el cartero,
o al menos eso nos ha contado la historia. Y sabemos también que la razón de
dicho rechazo fue el excesivo precio que por entonces se pagaba por recibir una
carta, teniendo en cuenta que estamos en la época pre sello postal, y por lo tanto
pagaba quién la recibía.
Como he apuntado, de ser una historia (o leyenda) de
origen español, la posadera no hubiese rechazado la carta. Tal vez hubiese
regateado el precio con el cartero para pagar menos por ella (…ahora sí que me
he metido en un buen lio).
¿Por qué os cuento esto? Sencillamente porque no hace
mucho, ojeando un periódico de los de segunda mitad del Siglo XIX, pude leer un
breve artículo que viene a reflejar ese carácter único, especial y diferente
que tenemos los españoles (al menos algunos), y mientras lo leía, me pude
imaginar al protagonista del relato, siendo quien en la Inglaterra victoriana,
bueno en esta ocasión en la España isabelina, recibiera una carta por la que
tenía que abonar la cantidad estipulada y que el cartero le indicó.
Y tanto que las tenía. Un buen día llegó el cartero a
casa del redactor del periódico “El Tiempo”, y por la carta que tenía que
entregar le pedía 9 cuartos y medio. Hay que recordar que estamos en 1846, el
sello en España todavía no era una realidad, el previo pago en la
correspondencia tampoco, y quien recibía la carta seguía siendo quien abonaba al
cartero el servicio. Pues bien, el criado con sus dotes de ahorrador, o de
docto en economía domestica, le quiso regatear al cartero por el servicio.
Según el relato publicado, este le ofrecía al cartero tan solo cinco cuartos, a lo que el cartero le
espetó un “…no seas bruto…”. Pero el
criado no se amedrentó, y siguió ofreciendo una rebaja por la carta, como si de
una subasta a la baja se tratase el asunto. De los 5 cuartos, paso a ofrecerles
6, y como el cartero seguía en su razón de que eran 9 cuartos y medio, el
criado llegó a ofrecer 7 cuartos, pero al no obtener el sí del cartero, le
devolvió la carta, y encima le cerró la puerta en sus propias narices.
Al final de la historia (la española) el propio “señor”
de la casa, tuvo que salir a la calle para detener al cartero y recuperar una
carta por la que pagó el precio que se le pedía, como era preceptivo por
entonces. Y al final, la semejanza con aquella “leyenda” es más que evidente.
Sir Rowland Hill también accedió a que la carta no fuese devuelta y pagó el
chelín que el cartero inglés exigía. Pero de esta leyenda, o de las varias que
hay, algún día nos pondremos a escribir, porque el tema da para mucho.
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